lunes, 29 de abril de 2013


   Esta entrada tenía que haberla hecho el día del libro, el 23, pero ya sabéis que ando últimamente arrastrando pereza para el blog, de modo que más vale tarde que nunca.
  Sabéis también que llevo una temporada -como cada invierno- en la que no leo apenas, cosa increíble en mí, y, mucho menos, escribo. Desde aquella época apasionada, cuando acabé el trabajo en la guardería y me puse a escribir relatos -escribí tres, pero eso parece mucho cuando te está urgiendo y atacando día y noche hasta que los escribes y luego les corriges cien cosas-. Después me puse con la novela de Alba, otra vez con toda la inspiración que no podía hacer otra cosa, así estuve septiembre y parte de octubre. Comprensible, por tanto, que cuando dejo de escribir, no quiera ni pensar en ello, porque me queda el recuerdo de una gran felicidad, sí, lo admito, pero también la angustia creativa que no te deja ni mantener una conversación normal, ni concentrarte en la más sencilla de las películas, ni siquiera salir a dar un paseo sin tener que detenerte varias veces para apuntar algo "que me acaba de venir a la mente", que luego tengo el móvil lleno de notas raras que a veces ni yo misma comprendo.
 Así que, entre la mano fastidiada (se curó con una filtración, hace ya un mes), la depre de mi pareja, mi propia depre, la casa llena de goteras de tal modo que hemos tenido que cambiarnos de dormitorio porque en nuestro cuarto corría el agua... pues eso, que no he dado un palo al agua.
 Hasta hace unos días.
 Primero fue un relato que me iba punzando, que tenía medio ideado desde el verano pasado, pero ahí estaba, en la nebulosa.
 Después, mi prima, que me dijo que mis relatos siempre eran tristes y deprimentes. Eso me quitó las ganas de escribir el relato pensado, hasta que el subconsciente le fue dando giros y convirtiéndolo en algo más dulce, más esperanzador.
 Y una vez escrito, se lo mandé a Anais -como siempre- y a mi vampirita Dawa, y ahí lo tengo, archivado. Quiero mandarlo a un concurso, a ver si tuviera suerte, pero no es hasta agosto. Es un concurso de un pueblo, nada muy importante, pero a mí me haría mucha ilusión porque para ese concurso escribí mi primer relato -"La Hora Cero", que no ganó ni fue finalista ni nada, evidentemente- y eso me abrió las puertas a muchos buenos ratos que no son agobiantes como cuando escribo novela, que me absorben unas horas, un par de días a lo más, y luego ya me regalan el gusto de releer, buscar sinónimos, corregir la puntuación, cosillas que me entretienen sin agobiarme.
 Así que, ya despierta de nuevo la vena creativa, estuve holgazaneando por Internet, mirando concursos en los que me gustaría participar pero que son "de lujo", así que no vale la pena ni intentarlo; leyendo convocatorias en las que piden un relato sobre un tema determinado, y eso despierta la imaginación y es como un reto. Así que, por fin, me puse: escribí un relato, busqué tema para otro, lo apunté, me pareció muy difícil, lo olvidé, escribí otro sobre el mismo tema que el primero...¡ puedo ser muy pesada, lo reconozco!, luego me río de ello pero soy capaz de batir el hierro cinco o seis veces con un mismo tema, y es mi pobre Anais la que lo paga, porque todo se lo mando a ella, a ver cuál le gusta más.
 De modo que tengo escritos en este mes tres relatos de unas cuatro páginas, intentando no ser tan deprimente para que mi prima no se agobie, que está también pasando una racha muy mala y me gustaría contribuir un poco a animarla. Ahora estoy escribiendo uno a mi gusto totalmente, más largo, con un misterio  entremedias, con un final inesperado... y hasta lo estoy dosificando para no acabarlo en un día, llevo ya dos y espero retenerme y no acabarlo hasta mañana.
 Y, para lo que va la entrada: en escritores.org vi convocado un concurso de relato muy breve: máximo 500 palabras, o sea, una página. No es un microrrelato -nunca los he escrito, tendré que ponerme cualquier día- pero es algo cortito, como un juego, algo con lo que disfrutar y punto. Era por e-mail, otro punto a mi favor -y al suyo- porque no tienes que preocuparte de imprimirlo, que yo eso lo tengo peor porque tengo que ir a Córdoba a una copistería, ya que aquí me cobran un pastón por folio -cinco veces más que en Córdoba- y eso de tener que ir a la ciudad ya requiere mucho tiempo, organización, en fin, que no lo hago más que de higos a brevas.
Así que escribí... no uno, sino dos relatos -ya os digo que soy pesada-. El concurso lo convocaba la webb www.mujeresmoteras.com , y el relato tenía que versar sobre las motos. ¿premio?: una camiseta y una mochila de Mujeres Moteras. Los escribí, los mandé, y voilà!:
 Arriba está la mochila, que es ligera como una pluma, ya la he llevado adondequiera que he ido desde que la recibí el viernes. Y abajo está la camiseta, que la he fotografiado por detrás y con la manga doblada para que se vea bien el dibujo y las letras "pasión por las motos".
 Si queréis verla por delante, y puesta, y con moto incluida, picad aquí:
Mujeres moteras. I concurso de relato breve.
y  ahí mismo podréis también, si os apetece, leer el relato, "In Memoriam", y todos los demás relatos que participaron en el certamen. El siguiente, "Tres Chicas Gilmore", es también mío. De camino, echáis un buen vistazo a la webb Mujeres Moteras y conocéis a Berta Doria, la promotora. Es simpatiquísima, hablé con ella cuando me llamó el día de San Jordi, a mediodía, para decirme que había ganado, y me hubiera quedado dos horas charlando con ella.
 Sigo con un par de entradas pendientes, pero será para la próxima vez. Antes de despedirme, quiero avisaros a todos de que el 1 de mayo, en Córdoba, será la Batalla De Las Flores, que es algo digno de ver y en el que te diviertes muchísimo participando, recogiendo los claveles que te tiran desde las carrozas y tirándoselos de nuevo, en la más fragante y colorida batalla que podáis imaginar.
 Y después, el concierto de Primavera de Radiolé, como todos los años. Entre otros, tocan Medina Azahara, La Húngara, Los Calis...
 (Que sí, que sí, Ester, que ya mismo estoy haciendo la entrada con el premio Cani, que yo creo que a lo tonto, a lo tonto, me lo estoy ganando a pulso).
 Total, que si tenéis posibilidades de venir, Córdoba en mayo es lo mejor de lo mejor, y tiene un olor especial e inolvidable que os marcará para siempre.
  Así, ¿cómo no salir de la depresión del invierno?

jueves, 11 de abril de 2013

el maltrato sutil

Tengo pendiente una entrada con un "premio" que me dio Ester hace ya algunas semanas. Lo de premio lo pondría entre interrogantes, pero, bueno, ya lo explicaré cuando llegue, que llegará ya mismito porque he vivido una experiencia que le viene como anillo al dedo.
 Pero hoy he encontrado casualmente este vídeo en You Tube y lo tengo que poner, y os ruego, ¡de rodillas, si es preciso!, que lo veáis. Son dos minutos, ni uno más, y os garantizo que
                                                          MERECE LA PENA
Me encantaría saber decir, en tan pocas y tan sencillas palabras, tanto y tan cierto, y tan importante.
Por favor, vedlo y escuchadlo con la atención que merece, y, si os queda tiempo, decidme qué os ha parecido.

EL MALTRATO SUTIL
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=0y9zJ5J2bWA
Espero que os sirva el enlace si no podéis verlo directamente.

jueves, 4 de abril de 2013

 Hoy, 4 de abril estoy de batallitas. Últimamente estoy bastante a menudo así: serán, sin duda, los años, que no perdonan. Entre lo de la mano -me hicieron una filtración y ha mejorado un poco pero de vez en cuando me da unos tirones que pa qué- y el estar de nuevo sin trabajo; la lluvia constante, las goteras de las que mejor no hablar, la luz que se corta cada vez que llueve un par de días...
 Vaya, en un párrafo me he explayado.
 Hoy estoy nostálgica porque es 4 de abril, hoy era el cumpleaños de mi padre.  
Cuando vivía con ellos, éramos solo los tres, pero hacíamos ruido. No sé por qué, celebrábamos el cumpleaños de Vega y el santo de mi madre. Yo celebraba mi santo y mi cumpleaños, para eso era la más chica.
 Mi madre y yo (o mi padre y yo, según fuera el caso) pasábamos días eligiendo los regalos, escribiéndole una poesía, planeando un menú que le gustara mucho... No se trataba de buscar un plato lujoso, sino, por el contrario, algo que le gustara mucho y que no lo comiera a menudo. Un año le hicimos -bueno, mi madre lo hizo y yo estuve con ella en la cocina dándole charla- potaje de garbanzos con bacalao.
A mí eso, en aquellos tiempos... ¡puaj!, pero era su cumpleaños y lo comí con él haciendo de tripas corazón.
  Justo el día anterior, el 3, era el cumpleaños de Pili, mi vecina en Niebla y amiga del alma. Ayer le mandé un mensaje para felicitarla y me contestó que sus niñas -tiene mellizas- le habían hecho una tarta para celebrar el día.
 Un recuerdo lleva al otro, entre la lluvia constante, el cielo gris, la tristeza... de pronto te encuentras sonriendo al vacío y viviendo en otro mundo, muy lejano.
 Y de lo que me estuve acordando y ahora va aquí en el mejor plan batallita, es de una anécdota que nos ocurrió a mi otra amiga del alma y compañera de pupitre durante años, Margari, y a mí. Estábamos en 5º y en aquella época, los maestros daban "clases particulares" a los niños que las quisieran, a cambio de un pequeño estipendio mensual. Estas clases, en mi colegio, se daban de 12.30 a 13.30, y cuando acababan
empezaba el comedor.
  Ni Margari ni yo nos quedábamos a clases particulares, pero sí al comedor, así que esa hora la aprovechábamos para hacer los deberes y estudiar la lección de Naturales, que cada día teníamos que aprender un par de páginas de memoria. Nos sentábamos en un rinconcito del patio del recreo y allí, concienzudamente, hincábamos los codos.
 Pues un día se nos ocurrió que sería guay estudiar comiendo algún caramelo. Margari tenía un duro, así que fuimos al puesto de Dolores y compramos caramelos de la vaquita. Estaban buenísimos.
 Al día siguiente, el duro lo tenía yo, y lo compartimos, naturalmente, pero esta vez compramos menos caramelos y añadimos un paquete de pipas: 1 peseta.

Pero luego ya no quedaban duros. Al tercer día fuimos al puesto de Dolores y compramos entre las dos 3 pesetas de caramelos de la vaquita y 2 paquetes de pipas. 2'5 pesetas cada una.
  Fiadas.
  Dolores no tuvo inconveniente en fiarnos, porque era la costumbre de mucha gente y porque conocía de sobras a nuestros padres. 
  Cada semana, teníamos un duro Margari y otro yo. Los otros tres días... pues era muy fácil y cómodo decir "me lo apuntas". Además, era "hoy me lo apuntas a mí", riguroso turno. 
  Ya a veces nos picaba un poquillo el remordimiento. Cuando nos decía: "¿No vais a pagar algo ya?", nos mirábamos y decidíamos que cuando nos dieran la paga de la semana, la guardaríamos entera para ir bajando la deuda. 
 Pero llegaba el domingo, íbamos a misa -las niñas de los 70 - y después al kiosco de la Plaza de la Feria, donde había tantísimas cosas... Yo recuerdo estar súper enviciada con las estampitas de Heidi, es que no podía resistirme, y luego, para colmo, salieron como enorme novedad los gusanitos... ¡qué buenísimos!
 Así que llegaba el lunes y... bueno... "apúntamelo a mí, Dolores", y Dolores nos miraba de reojo y apuntaba.
 Hasta que llegó un día en que se nos exigió el pago de la deuda. Íbamos por 35 pesetas cada una, no lo olvidaré mientras viva. Era un pastón.
 ¿Qué hacer? Pues... llorar, retorcernos las manos, y no teníamos para pagar. Dios mío, se lo van a decir a nuestros padres. Qué mal. Qué vergüenza. Mis padres, que siempre me decían lo malas que eran las deudas, que vivían como fuera con tal de no firmar letras, que hasta el piso lo pagaron en tres golpes para no tener que hipotecarlo, mi padre le tenía fobia a eso. Y ahora me presentaba yo... con un pedazo de deuda... ¡y de caramelos y pipas, caprichitos innecesarios! 
 Y los padres de Margari no eran menos, que la madre era una mujer muy dulce, muy tranquila, pero el padre era un rabillo de lagartija, todo nervio, y cuando se ponía serio, acojonaba.
 Bueno, esta batallita tiene hasta su moraleja: respecto a Margari no sé, pero yo, a lo largo de mi vida, he dejado muy, muy poco a deber nunca, y eso que fui durante veinte años vendedora ambulante, que tienes que comprar mucho y con poco dinero. Me quemaba cada vez que tenía que comprar a crédito algo de mercancía. 
 Y respecto a mi vida privada, ahí sí que no he dejado nunca a deber ni una patata, vamos, por el recuerdo, no tanto de la bronca, sino de la vergüenza y el temor que sufrí hasta que saqué valor para confesar. Y más que el castigo -que lo hubo- y la larguísima bronca salpicada de batallitas -especialidad de mi padre-, era la decepción que les provocaba, el haber hecho algo que ellos no hubieran esperado nunca de mí, precisamente por lo muy a rajatabla que llevaban ambos lo de no comprar fiado. Que a mí me parecía un poco exagerado, pero hoy, tal como han ido yendo las cosas, casi diría que ha sido de los mejores legados que podían dejarme, el no sentir tentaciones de vivir por encima de mis posibilidades. 
 Pues he contado una batallita en toda regla, como se nota que los años pasan, ¿verdad? Y lo más grave es que... puede que cuente más.

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Ana Vega Burgos
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